Mirarte a los ojos y decirte tantas cosa que el papel no pueda recoger; darte en palabras cada una de las estrellas del cielo y las más lejanas del universo.
Regalarte sonrisas a cambio de verte con ellas; alejar las lágrimas y dejarte las de felicidad.
Contar cada lunar de tu cuerpo y besar cada centímetro de tu piel suave; hacerte caricias y ver la cara de niña que te sale, y cada vez que te digo que me encanta, tu cara toma ese tono colorado que te hace tan adorable.
Llamarte estúpida y tú replicarme con un boba; buscar alguna manera de indignarte y, entre risas, abrazarte por detrás buscando que ese pequeño fruncimiento de cejas deje pasar a esa risa que te estás guardando.
Tirarnos las horas muertas tumbadas en el césped y revolviéndote el pelo; ver una película con las mantitas y con un tazón de chocolate en mis manos para mancharte la cara y ponerte perdida.
Hacerte detalles pequeños para ver esa gran sonrisa tuya; volver a llevarte a una infancia cuando la madurez nos agobie; llevarte a mil lugares y perdernos en otros cuantos.
Volvernos filósofas; robarte un beso; curar nuestras cicatrices; volver a creer.
Dejar la perfección y ver lo desastre que puedes ser; aclararte que no todo es blanco o negro, que hay tonalidades de grises.
Demostrarte que después de una tormenta suele haber calma; de que no siempre las cosas salen como nosotros queremos.
Luchar por lo que queremos; hacernos pensar por todo lo que se habla.
Hacerte de rabiar por mi cabezonería; desesperarme por lo cabezona que eres.
Decir que somos diferentes; demostrar que no lo somos como creemos.
Ver cómo nos complementamos; saborear los días a tu lado.
Acurrucarme en tu pecho; sentir tu tranquilidad entre mis brazos.
Esos y más momentos que faltan por escribir...
Esos instantes de felicidad.