Mis pequeñines

miércoles, 22 de agosto de 2012

Sin dormir y con el cigarro en la mano.

Otra noche sin dormir. Estoy en la cama dando vueltas y no consigo conciliar el sueño.
Salgo al patio y me enciendo un cigarrillo. Fumo y expulso el aire. Sí, me gustaría ser como el viento, pudiendo ir a donde me llevase la corriente, quizá fuese un día a Italia y al siguiente jugando con una falda de una chica neoyorquina. Sí, el aire es libre, no tiene preocupaciones. Él no se preocupa si llega tarde a algún lugar, no tiene que sacarse unos títulos y no tiene ese reconcome de que no te quede alguna para Septiembre. El viento no tiene que ir corriendo al hospital porque ha ocurrido una desgracia a algún familiar cercano tuyo, o tienes que ir a saludar a un recién llegado al mundo, o despedirte de alguien que estuvo a tu lado. No, él es libre, danza como si tuviese música interna, viene y va, no tiene problema. El aire no se toca pero se siente, igual que el amor, la bondad, el odio, la desilusión. Al igual que se siente a veces hace daño ambas partes; el aire puede llegar a causar catástrofes, mientras que los sentimientos te llegan a jugar malas pasadas... Podríamos decir que el aire y los sentimientos tienen algo en común, ¿no? Pero qué digo, debo de estar loca.
Y yo aquí me encuentro, preocupada, con mis locuras, mis fantasías y con el final del cigarro consumido.

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