Mis pequeñines

lunes, 3 de septiembre de 2012

Armas, guerra, traición.

Me encuentro en un bosque desconocido, noto la presencia del Mal a mi lado. Es muy oscuro, sólo eran las cuatro de la tarde, los árboles no tenían una alineación fija y sus ramas eran enormes, me   tropezaba con cada raíz que hacía aparición fuera de la tierra, que en la mayor marte era fango, tenía que andar con cuidado. Decido correr como si un toro estuviese persiguiéndome. Al rato, me escondo en un árbol subiéndome hasta su copa, pero no veo nada. De repente, como si alguien me diese una oportunidad, encuentro en una rama superior a la que me encontraba un arco y en su carcaj, flechas. Decido cogerlo y descansar un tiempo, pues quería observar quién me seguía desde la seguridad que me otorgaba la copa del árbol, vislumbré entre las sombras a los hombres que me seguían al huir de ese maldito castillo. Acto seguido, tras evaluar la situación, decidí bajar y seguir corriendo, evitando la dirección que ellos cogieron. Por desgracia, uno de ellos se dio cuenta de mi presencia y avisó a sus compañeros, por lo que tuve que apresurar la marcha.



Desde que desaparecí del castillo donde me tenían retenida estaba entre las más buscadas y con una recompensa por mi persona viva muy jugosa. Pienso que esto parece un juego, que parece que estamos en la edad Media, pero estamos en el siglo XXI. Llevaba puesto un vestido de encaje, pero por la parte inferior dejaba ver mis piernas, estaba roto a mi gusto, para poder correr, escalar o incluso pelear. Y calzaba unas botas militares con punta de acero, aunque también tengo que decir que debajo de todo el vestuario iba con chaleco y pantalones cortos antibalas, claro, no iba a ser tan ilusa de venir al bosque sin estar preparada. El problema eran las armas, sólo vi unos cuchillos, una escopeta y algo de munición de ésta, y dos simples SigSauer y varias recargas. Los cuchillos aún los tenía, sólo hice uso de dos porque se me abalanzaron, las pistolas pequeñas casi estaban sin munición y la escopeta ya hice uso de él, casi dejando fuera de combate a unos veintisiete enemigos o así. Mientras corría, divisé a lo lejos un pequeño cobertizo abandonado. Decidí ir a resguardarme y a trazar un plan para poder salir con vida.


Cuando entré allí, mis ojos no podían estar más abiertos de lo que estaban. Allí estaban guardadas todas las armas que uno no puede ni imaginar: desde cuchillos, katanas, AK-47, pasando por escopetas de doble tubo, hasta explosivos plásticos, y dos Bazokas. De repente mi cabeza empezó a trabajar.
Me deshice del vestido y me quedé con el mono negro neón, agarré dos cintas negras que había ahí colgadas y empecé a enrollarlas por mi cuerpo, pudiendo así cargar con cuanta arma pudiese, dejando los cuchillos en la cintura por la parte trasera y las armas de fuego grandes en la espalda, mientras que las pequeñas se hallaban en las piernas. Antes de salir, golpeé sin querer una mochila y pensé en guardar ahí todo tipo de munición. Agarré uno de los dos bazokas y salí como pude, ya que éste último pesaba lo suyo y ya mis perseguidores se estaban acercando.


Me escondí entre las altas hierbas y cuando vi cómo los otros encontraban parte de mi pequeño tesoro, preparé el bazoka. Cuando la mayoría de mis perseguidores estaban dentro, disparé. Todo lo que había allí, tanto armas como vidas, desaparecieron en un segundo. Los pocos que quedaban (unos cincuenta y cinco o así) vieron desde dónde disparé y vinieron a por mí. Corrí un poco en dirección opuesta y me giré justo en el momento indicado, cuando ya estaban muy cerca de mi gran hilo de C-4. Pulsé el botón.


Los más atrasados se echaron atrás, pero otros tantos que estaban en primera fila se desplomaron. A partir de ahí haría frente a lo que viniese, me daba igual que la sangre de esos me salpicase a la cara, que me hiriesen o mismamente, ganase o perdiera. Sus vidas o la mía. Saqué de mi espalda una Dragunov y una Thompson y ... Fui a donde el Destino me preparó.


... Continuará?

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